Recordatorio

 A veces me pones de rodillas. Hay ocasiones en que nublas mi vista y no distingo mi rumbo. Siento desesperar, siento que he llegado al precipicio. Soy testigo de tus injusticias, del mal que a gusto repartes entre nosotros, de las divisiones que diseñas aún dentro de la iglesia. 

Tocas lo más sensitivo de mi ser, y me haces sentir incapaz, e insignificante. Tratas de ofrecer opciones erróneas, y eres muy talentoso en llegar a tocar y herir mi corazón. Te metes con mi familia, con mis amistades. Te metes e intervienes en mi personalidad y produces cambios indeseados en mí. 

Brindas con mis lágrimas. Desatas sentimientos de ira, confusión y reproche contra aquel quien menos lo merece: Nuestro Dios. Digo nuestro, porque es tu Dios también, no lo olvides.

Y a pesar de que tienes éxito en muchas de tus batallas, quería recordarte que la guerra conmigo la tienes perdida; hagas lo que hagas. Creo en las promesas de mi Dios. Creo en su plan conmigo y como su amor me liberará de ti. Podrás disfrutar lo que haces conmigo hoy, pero más se goza Dios en mi debilidad y vulnerabilidad contra tí, porque eso me acerca más a Él.

 Pedirle de su ayuda, me hace más poderoso de lo que te imaginas. Creo en lo que Dios ha decidido hacer conmigo desde antes de la fundación del mundo. Como le prometió a Josué, ahí estará también. Creo que me sanará como lo hizo con Job, y que a pesar de que hoy no tengo mucho, ¡Dios multiplicará todo con poder! 

Regresará mi visión como lo hizo con Pablo, ¡me dará vida eterna junto a Él! Dios me sacará del vientre de la bestia como lo hizo con Jonás y eso, no te lo vas a perder. Caerás como sabes que es tu destino, sufrirás tu desafío y rebeldía y ¡eso yo no me lo perderé!

La vida de un siervo de Dios es basada en una senda de servicio y sacrificio de eso no tengo duda. Dios no me prometió una vida placentera, pero si me prometió que me cuidaría de ti y de tus planes de mal. Bajo su cubierta no hay espacio para tí. Hoy no tengo mucho en lo material, pero Dios entregó su único Hijo por mí. Es ese mi destino. Yo represento la justicia de Dios a través de Jesucristo. Contéstame, ¿qué representas tú?

Hoy declaro una vida en victoria, reconociendo que cada ataque de desesperación y dolor de tu parte en mi contra, es un paso que me acerca más a nuestro Dios. Tú tienes tu destino, pero yo también tengo el mío. Esa es la motivación que me lleva a vivir y a aceptar que con Dios lo tengo todo. 

Eso es motivación suficiente para redactar estas líneas. De seguro continuarás haciéndome daño, harás lo imposible por destruirme a mí y a los míos, pero no eres—ni serás—lo suficiente para desafiar ni destruir a nuestro Dios. Esa certeza me da vida. Te recuerdo que tu destino, al igual que el mío, escrito está.

La diferencia es que al final tú perecerás, pero gracias a Cristo,
¡yo viviré para siempre!

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