El Rey Temblor

 En lo que se puede considerar parte de mi rutina diaria, el aire acondicionado en mi habitación, mantiene la temperatura muy agradable. No se siente muy caliente, pero tampoco muy frío. Ya mis equipos electrónicos, incluyendo mi PC Lena, están apagados. Como siempre suelo hacer a esta hora de la noche, decido qué película voy a ver asegurándome de tener mis audífonos cerca. Esta noche sin embargo, la rutina cambió un poco. Sabes, el problema es que extraños acontecimientos han tenido lugar aquí en Puerto Rico. Sismos, temblores de tierra han desarrollado interés y hasta preocupación en la isla en particular, nuestros hermanos del área sur-oeste. Existen ya registros oficiales de severos daños a la propiedad, y hasta estructuras de incalculable valor turístico e histórico, que lamentablemente, ya no existen. Quizás es por la curiosidad, debe ser por educarme más acerca del asunto o es probable que por un irremediable sentido de temor, necesite saber más.

Ya han pasado vario días de esta actividad sísmica. Con toda honestidad, me parece extraño con la frecuencia que estos temblores se han comportado, puesto que hablando desde una perspectiva geológica, el lugar más cercano de fricción terrenal del Plato del Caribe es hacia el norte de la isla y no en el sur como están ocurriendo ahora. Esta amenaza llega desde una falla en el área sur del país. La  realidad es que en estos pasados días, la historia de Puerto Rico en esos lugares, ya ha cambiado para siempre. Con los audífonos ya incrustados en mis oídos, comienzo a escuchar en las noticias sonidos de personas que gritan y lloran. Escucho la habilidad que tiene el terreno de comunicarse por medio de tanta energía mientras el palpitar de mi pecho se agudiza. Veo como los sueños, y metas son destruidos. Veo de la misma manera, los regalos de los niños que eran para el Día de Los Reyes, en el baúl de un vehículo aplastado por el peso de la casa que se le vino encima. Lágrimas, gritos...terror.

Mientras observo estas imágenes, me parece una bendición de Dios que a pesar de vivir cerca de estos hechos, este lejos de esa realidad. Donde resido actualmente, no se han sentido movimientos telúricos. Por medio de una intervención divina, no hemos experimentado semejantes acontecimientos en esta área. Puede ser esta la razón quizás, por la cual siento tanto miedo. En ocasiones, no se trata si las cosas pasarán, pero más bien cuando. Ya listo para intentar dormir, no dejo de pensar en estos eventos trágicos de mi gente, y de la posibilidad que la Madre Tierra este presentando un hostil argumento ante el comportamiento nuestro aquí en el planeta. Volcanes activos alrededor del mundo, el Amazonas, California, y ahora Australia bajo fuego tienden a querer decirnos que algo anda mal, y que nuestra relación con la tierra se ha convertido en un conflicto hostil entre ambas partes. La imagen del oso koala infante rescatado en Australia por una mujer, y que luego perdiera su tierna vida días después, a consecuencia de sus quemaduras no abandona mis recuerdos. Temblores de tierra en una isla me aterrorizan. Los gritos y llantos de mis hermanos de Japón fueron una escuela para mí. Una vez listo para dormir, apago las luces de mi cuarto, y abrazo las sabanas tibias de mi cama ante la anticipación de otro nuevo amanecer, ante la anticipación de un día más de vida. Siento en lo más profundo de mi pecho y a pesar del temor que siento, que todo estará bien. Y así fue, bueno, esto es hasta las 4:23 de la madrugada del día 7 de Enero.

Lo primero que me percato, es que la energía eléctrica cesa. El aire acondicionado y las luces de mi habitación dejaron de funcionar. Hay mucha oscuridad. El silencio sepulcral que me invade es significante, hasta que escucho los marcos de los cuadros colgados de mi pared hablar al impactar las paredes por el movimiento. Las puertas de mi alcoba siguen el patrón. Comienzan a vibrar y temblar como si quisieran salir del carril que las mantiene juntas. Rugen ante el confinado espacio que las mantiene juntas y gritan por escapar en medio de una explosión de fuerza y energía. No existe duda en mi mente en estos momentos, la tierra está temblando.  Experimento por primera vez en mi vida la furia y poder de un terremoto.

Mi reacción inmediata fue salir de la habitación. Corrí de inmediato hacia la puerta y me dirigí hacia la habitación de mis padres para alertarlos de la situación. Me sostengo firmemente del marco de su puerta, mientras el piso se mueve de manera agresiva, como si estuviera molesto de lo que lo estuviese pisando. El vaso de plástico que use la noche anterior para beber agua cae al suelo. Los trastes en los gabinetes bailan ante la oportunidad. Las puertas de la alcoba del cuarto de mis padres de la misma manera comienzan a hablar ante el movimiento y es inevitable el compartir que en estos precisos momentos lo que siento por dentro es mucho, mucho miedo. Y así mismo, de la misma sorpresiva y rápida manera que comenzó, termino todo. A pesar de que el hablar de la tierra al temblar cesa, el silencio que ahora invade la comunidad habla a gritos de los acontecimientos que han toma lugar. A lo lejos, escucho los gritos de vecinos que se tiran a la calle para advertir de una alerta de maremoto. Una vez más, las imágenes de mis hermanos de Japón invaden mi mente. Mis pies fríos intentan mantenerme de pie…mis manos desobedecen toda normalidad y tiemblan desenfrenadamente. Algo es claro, y es que por alguna razón sé que nada, nada será igual.

Una respuesta inmediata al acontecimiento que me despertó el día 7 de Enero es que los servicios de necesidad inmediata ya no estaban disponibles. La energía eléctrica, el servicio de agua potable y el Internet colapsaron. Daños a la infraestructura preveían de conducir vehículos por ciertas áreas no solo por la oscuridad y falta de seguridad, pero también por una serie de derrumbes de tierra y piedra reportados ya por los medios. Pero gracias a Dios, puedo decir que a pesar del susto, a pesar de las necesidades y el amargo trago de esta experiencia, pudo haber sido mucho peor para mí. Cuando veo las casas de mis hermanos del sur-oeste en el suelo, carros aplastados por estructuras que cedieron al movimiento, y aun escuelas que ya no existen este año escolar para los estudiantes, siento de verdad que aquí no pasó
mucho. Y es aquí, en medio de esta meditación y momento de reflexión, donde recuerdo que acabamos de celebrar el Día de Los Reyes. No dejo de pensar en cómo un evento que conlleva deseos de tanta celebración, sea seguido por otro que amerite semejante intervención y atención inmediata. De risas y bailes, a lágrimas e incertidumbre en medio de una noche mágica.

El Puertorriqueño es un ser resolvente. No existe evento, por más malo que pueda presentarse, que apague el deseo de seguir progresando y avanzando en esta isla. En muchas instancias caemos, pero sabemos levantarnos no solo por medio del ingenio y el buen humor que nos caracteriza, pero también por el innato impulso reaccionario de una sangre Taina que no es ajena a los desafíos del diario vivir. El Boricua se levanta siempre. Y eso es algo de admirar.

 Este Día de Reyes sin embargo, será uno para la historia. No solamente por los eventos que marcaron el día este año, pero también por el hecho de que no fueron tres, sino cuatro los reyes que nos hicieron visita en la isla. Oro, incienso y mirra, fueron acompañados por un fuerte jamaqueo y temblor de tierra cuando al bajarse de su camello fuimos inesperadamente visitados por el desconocido, desafiante, persistente y devastador Rey Temblor.

¡Que Dios bendiga a Puerto Rico y toda su gente!


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